Las hojitas de afeitar, en sus tiempos de gloria, sirvieron para todo. Recuerdo que, allá en mi infancia, existían ciertos aparatitos que servían para colocar a buen resguardo la hojita (obviamente, ya usada largamente para su menester original) de tal manera que no pudiera herir la mano de quien la usara, pero dejando fuera parte de un filo como para usar el conjunto a modo de trincheta, para manualidades diversas con papeles y cartulinas.
Servían para afilar lápices y cortar cualquier cosa pequeña. Cuando niño, siempre tenía yo cuantas podía adjuntas a cosas como agujas y pinzas de depilar, entre los portaobjetos de vidrio, en la caja del microscopio. Las gilletes usadas eran, en manos de los habilidosos, el equivalente gratis de los famosos cortaplumas suizos.
La mala noticia es que han desaparecido casi (repito, casi) por completo. Nadie se afeita con eso: están las maquinitas con repuestos de tres filos, las descartables, pero esas cosas, una vez que ya no sirven para afeitarse, decididamente no sirven para nada, no son reciclables, su destino no puede ser otro que la basura.
Pero, en algunos kioscos o bazares o almacenes de ramos generales de la periferia ciudadana, después, bastante después del sur y del paredón, se pueden encontrar todavía.
Linda aventura la que propongo, salir a la búsqueda de semejante clásico de una vida desaparecida. Me gusta la idea. Seguiré desarrollando.
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